Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

domingo, 15 de mayo de 2011

Hemos de seguirle




Toda la entrega que podamos hacer, en la consecución de nuestro cometido como cristianos, debe estar signada por el viso del amor, única garantía de hacerlo con la total venia de Dios. Debemos pensar, los que abrazamos a Cristo, que desde nuestra actitud empezamos a conformar una modalidad de comunicación para con los demás y en esa, debe estar impreso el carácter de Cristo. Hemos de comprender que nuestra entrega es absoluta e incondicional y que no debe albergar ningún tipo de reservas, hasta el punto de poder decir, como Pablo, en 2 Corintios 6:11: ".......Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado......." El apóstol Pablo encarnó, de manera fidedigna, la actitud de Cristo en cada una de sus acciones y es por eso que tiene la facultad de decir, como lo dijo (1 Co. 11:1), que también lo podemos imitar a él, a sabiendas que se encontraba en el camino correcto. Esa seguridad es muy necesaria en cada cristiano y se obtiene por medio de la perseverancia en hacer todo, absolutamente todo, navegando en el océano del amor. Tan grande es el amor de Dios que, soslayarlo, nos arroja al mar de la incertidumbre y el desatino, donde la desgracia es la moneda común.


La máxima demostración del amor de Dios hacia la humanidad, no es la belleza ni la magnificencia de la naturaleza, no es la vida ni todo lo que contiene, no es la luz de un nuevo día, no son los pájaros que cantan desde temprano, no son el viento ni las nubes ni la lluvia que humedece los pastizales, las villas y los huertos; no es el fruto de la tierra ni con sus manzanas, sus peras o sus mangos; tampoco es el mar inmenso con su preciada riqueza, ni las almejas ni las conchas ni los delfines que nos recrean con su belleza. La máxima demostración del amor de Dios hacia nosotros es el habernos entregado a su propio hijo para que podamos ver en él su bondad, amor y justicia. El nos ha mostrado el camino por donde debemos andar. Cristo es Dios hecho hombre  y nos ha mostrado, de parte de Dios, el modo en que debemos andar en esta vida, según su santa voluntad. Para que los que no se han dado por enterados aun, nuestro señor Jesucristo habita en los corazones de quienes lo hemos recibido y puede habitar en los de aquellos que aun no lo han hecho. El Espíritu Santo de Dios está disponible para todo aquel que invoque el nombre de Dios (Hch.2:21). Tito 3:6 "...el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador..."

Cuando nos apoderamos del amor de Cristo; cuando lo hacemos nuestro; cuando lo dispensamos a diestra y siniestra; cuando no escatimamos el usarlo en toda circunstancia; cuando nos auxilia en todo problema, necesidad o carencia;  cuando ya no se agota: cuando nos impele a hacer cosas buenas, siempre; cuando nos susurra la voluntad de Dios para hacer lo correcto; cuando nos saca de toda duda; cuando ya no tenemos ningún miedo, cuando podemos sentir el coraje de entregar nuestras vidas por los demás; cuando nuestros amaneceres están llenos de esperanza, ilusión y alegría de vivir; es entonces cuando podemos cantar a voz en cuello lo que Pablito escribió en Romanos 8:39: ".......ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro......." Cuando esto sucede, no solo nos gozamos en Cristo Jesús, sino que nos regocijamos; que no es lo mismo ni es igual. El regocijo divino es privativo de los hijos de Dios, solo se puede experimentar cuando Dios está dentro de nosotros y ha establecido su morada en nosotros de modo que nos constituimos en templos andantes que irradian su luz por medio de nuestras actitudes, movimientos, palabras, miradas  y sonrisas. 


Sentir la gracia de Dios es inefable e indescriptible y tiene que ser así, de otro modo, para algunos, solo les bastaría una explicación; en este caso, quién quiere saber cómo se siente estar en la gracia de Dios, tiene que experimentarlo en carne propia, no hay otra manera. La fuente viva de la gracia y el apostolado es nuestro señor Jesucristo y él es que nos constituye, hasta hoy; de modo que, si sentimos su llamado, hemos de seguirle entregándole, en retribución, lo que él primero nos entregó, la vida. No hay privilegio más grande que servir a Dios, sembrando la semilla de la fe en el mundo, demostrando así, nuestro amor incondicional hacia él. Pedrito lo puntualiza en Romanos 1:5: ".......y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre......." Ser hijo de Dios, a la manera de Cristo, es la demostración de la viabilidad de alcanzar dicha estatura, de otro modo, no pudiera haberse constituido como se contituyó, como un hombre. Nuestro señor Jesucristo fue hombre desde que nació hasta que murió; en su vida terrenal nunca actuó como Dios, siempre lo hizo como hombre y su legado es que nosotros también, como él, podemos andar de esa manera.

Es importantísimo entender que nuestro señor Jesucristo era Dios antes de ser Jesucristo y dejó de ser Dios cuando se encarnó en el vientre de María y no volvió a ser Dios sino hasta que murió, para luego ascender a los cielos para tomar nuevamente su investidura de Dios. Recordemos también su compromiso de enviarnos su Espíritu Santo para que nosotros también, como él, podamos ser uno con Dios. Es el Espíritu Santo el que nos da el impulso de continuar la obra de Dios en la Tierra y de ahí la importancia de nuestra dependencia; hemos de anularnos a nosotros mismos para que no prevalezca nada de nosotros sino que Él se constituya en nosotros y haga en nosotros lo que bien le parece. Entrega total, es la clave, esa será la manera en la que Dios nos puede encaminar hasta el fin, según 2 Tesalonicenses 3:5 ".......Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo......." Amor y paciencia; en función de estas dos premisas podemos alcanzar la incolumidad, la inclitez y el heroísmo, dejando bien en alto el nombre de nuestro señor Jesucristo. Estamos a la expectativa de su regreso, para que juzgue a los vivos y a los muertos, estamos ansiosos de su retorno, miramos al cielo para verlo llegar.