Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

martes, 25 de enero de 2011

Nuestro pecado original



Nuestra relación con Dios, o mejor dicho, la relación de Dios con el hombre; pasa primero por el establecimiento (por parte de nosotros) de los conceptos acerca de los roles que, supuestamente, deben jugar cada uno de ellos. Para los creyentes, entre otras cosas y en términos generales, Dios es el creador y el hombre la criatura -léase: hechura-. Evidentemente que, para los no creyentes, ahí se queda todo el asunto; aparentemente, porque, en realidad, su Dios es el diablo, satanás, la serpiente antigua; porque cumplen sus designios de no creer en el Dios verdadero y practican todo aquello que aquel les ordena. Así como nosotros -los creyentes- somos esclavos del Dios verdadero, ellos lo son del falso; puesto que (nosotros) practicamos la verdad y ellos la falsedad. Vistas las cosas así, es menester remitirnos a la historia de lo que sucedió en el cielo, antes que el hombre fuera creado; pues haciendo esto, tendremos una mejor conceptualización de Dios y su relación con el hombre.

Virtualmente, todos conocemos la historia. Sabemos que Dios, estando en el cielo, sufrió la rebelión del ángel Luzbel quien quiso ser igual a Él y terminó siendo Lucifer. Notemos que Dios y sus ángeles, sin distinción alguna, gozaban la gloria del cielo y estando en la gloria, se rebelaron. Esto puede resultar increíble para algunos; algo así (guardando las distancias) como que si tuviéramos aseguradas, para siempre, nuestra alimentación, nuestra ropa, nuestro techo y entrásemos a la carrera de tener más, más y más; arrastrando consigo todas las consecuencias inherentes de los que corren en aquel tropel. Aquel paraíso celestial fue replicado por Dios en la Tierra con el Paraíso para dar otra oportunidad a aquellos que se rebelaron en el cielo para encontrarse con el que nunca se rebeló: Nuestra santificación (1 Corintios 1:30).

Todos podemos concebir (por la chispa del Espíritu Santo que mora en nosotros y a pesar de nuestra maldad) lo que fue el Paraíso terrenal y lo que pudiera volver a ser. Fuimos expulsados del Paraíso terrenal por causa del pecado que fue introducido, subrepticiamente, por el diablo que engañó a Adán y a Eva, y con esto introdujo la muerte. De la misma manera que fueron engañados Adán y Eva, de esa misma manera hemos sido engañados nosotros y esto, por imposición de Dios; para que nadie pretenda justificarse hasta sentirse que puede, por méritos propios, ser igual a Dios. Vivir en el paraíso es igual a ser niño y habiendo sido, todos nosotros, niños; anhelamos aquellos días como los más hermosos de nuestras vidas y es por eso y solo por eso que queremos volver a ser niños porque sentimos, de manera directa y palpable, aunque inconscientemente, la protección de Dios.

Perdimos nuestra condición de niños cuando cometimos nuestro primer pecado, nuestro pecado original y es por eso que debemos de morir. Sin embargo, Dios no quiso ni quiere que nos quedemos desvalidos, y es por eso que ha previsto, para todos nosotros, el perdón de nuestros pecados en nuestro Sumo sacerdote (Hebreos 2:17) y es a él a quien nos acogemos y nos remitimos para dicho perdón, para así poder regresar al Paraíso terrenal y al cielo de donde nunca debimos haber caído. Éste, nuestro gran Dios y Salvador (Tito 2:13), murió por nosotros para que nosotros no muramos por nuestros pecados. Fue enviado por Dios como su Hijo, a su Pueblo, o mejor dicho, a quienes fueron su pueblo, Israel; condición que perdieron porque mataron a quien vino a decirles la verdad con autoridad.

Dios, en su Palabra, se ha expresado y se expresa, muchas veces y de muchas maneras, desde que el mundo es mundo y ahora lo hace por medio de El Verdadero (Apocalipsis 3:7),  para que no quepa ninguna duda de su poder y magnificencia. La dificultad de la incomprensión se da de muchas maneras también, así como las de su total comprensión. Esta dicotomía antagónica y sus consecuencias y/o beneficios, atañe, exclusivamente, a la mayor o menor atención que le prestemos a dichas expresiones. A menor atención por lo expresado por Dios, obedece una mayor incomprensión y viceversa; a mayor atención que le demos a las expresiones de Dios, obedece una menor dificultad en comprenderlo y conceptualizarlo. Algo así como: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" y yo digo: alejaos y se alejará.

De manera que, lo incomprensible de Dios, no se lo podemos endilgar a Él, porque dicha incomprensión depende, exclusivamente, de lo mucho o lo poco que nos acerquemos y también de lo mucho o lo poco que nos alejemos. Las revelaciones de Dios están todas en la Biblia. Su comprensión dependerá, siempre, de la mayor o menor atención que le prestemos a dichas expresiones. La otra cosa importantísima, para comprender todo en absoluto, es: Fundirnos con Él en uno solo y eso lo haremos en nuestro gran Dios y Salvador (Tito 2:13), Cristo nuestro Señor. Si Cristo es uno con Dios -y lo es- y nosotros somos uno con Cristo ¿lo somos?; entonces, nosotros, somos uno con Dios. Este axioma es irrefutable, no es una teoría, es una verdad absoluta de la cual podemos dar fe miles de millones en el mundo.

Estamos en los tiempos del fin del mundo y las señales proféticas de la Biblia, que se están cumpliendo hoy, aquí y ahora, en este mundo; nos lo corroboran. Algunas cosas que eran incomprensibles antes, ahora se presentan con meridiana claridad y las que no, ameritan un mayor acercamiento de nosotros a Dios. Recordemos que, por cada paso que nosotros hagamos hacia Él, Él también lo hará hacia nosotros. Cuando estemos frente a frente con Él, nos daremos cuenta que abre sus brazos para recibirnos en Él. Es entonces que se cumple el milagro de ser uno con Él; después que le hemos escuchado, obedeciéndolo; alejándonos del pecado; después de habernos arrepentido de dichos pecados; después que hemos reconocido que, nuestro señor Jesucristo, es su Hijo; después de haber confesando su nombre; después de habernos bautizado para el perdón de nuestro pecados. Después que hemos hecho estos rudimentos del Evangelio, podemos ser, verdaderamente, hijos de Dios y constituir su nuevo pueblo.......los quiero mucho.......
Que el señor Dios, todopoderoso, los bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro señor Jesucristo, quien vive y reina en nuestros corazones hasta el fin.......