Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

miércoles, 5 de enero de 2011

Siempre



Así como en el antiguo pacto de Dios, con el pueblo de Israel, las órdenes e instrucciones eran precisas; así también lo son en el nuevo pacto. Hemos de recordar que aquellos, quienes recibieron el primer pacto, no cumplieron, de manera reiterativa y como pueblo, con los dictados de Dios; sino que se rebelaron una y otra vez, y Dios, no queriéndolos destruir, aun cuando los castigaba, siempre los volvía a recibir. Pero todo cambió cuando, habiéndoles enviado a su Hijo, estos, lejos de recibirlo como lo que es (el Mesías prometido), lo mataron con muerte de cruz, haciéndolo, con esto, "maldito" (Ga. 3:13) ante sus ojos, pero no ante los de Dios, aunque la Ley lo estipulaba. Es increíble el oscurantismo, hasta hoy, del pueblo judío frente a la realidad de Cristo muerto y resucitado. Este Cristo cumplió más de 300 profecías que existen en el Antiguo Testamento y que ellos estudian hasta la saciedad, sin llegar a comprender. No pueden concebir un Mesías humilde y humillado porque ellos esperan (hasta Hoy) un "mesías" que se acomode a su gusto y a sus exigencias. Uno guerrero, orgulloso y altivo, que los represente "DIGNAMENTE". Cuando venga nuestro señor Jesucristo la segunda vez, dice La Escritura, vendrá con poder y gloria y, ciertamente, no serán ellos los escogidos porque, al crucificarlo, perdieron la potestad de seguir siendo llamados: el Pueblo de Dios. Esa potestad pasó a nosotros, los gentiles, cuando nos humillamos, reconociendo que también lo matamos, cuando andábamos en nuestros pecados.


Tan grande es el amor de Dios hacia los hombres -entre los cuales están los judíos- que aun, hasta hoy, sigue con los brazos extendidos hacia el mundo pecador, en Cristo Jesús; de manera que, hasta los propios judíos actuales, pueden acceder a ser sus verdaderos hijos y a ser ciudadanos del verdadero Pueblo de Dios, el verdadero Israel; quienes poblaremos la verdadera Jerusalén que de los cielos bajará; nosotros los cristianos. Nosotros nos gloriamos en la cruz de Cristo porque ella significa la redención de nuestros pecados. El nuevo pacto que Dios ha establecido con su nuevo pueblo es uno que, a la manera del antiguo, necesita ser observado so pena de padecer lo mismo que padecen los judíos hoy por no haber obedecido, históricamente, los mandamientos y ordenanzas de aquel primer pacto.


No crea, el hombre actual, que saldrá incólume después de una vida de pecado; no. Podría ser que haya vivido una vida regalada y que, en apariencia, no necesite de nadie ni de nada, pero la realidad es que, tarde o temprano, tendrá que rendir cuentas ante el tribunal de Dios y los ardides, estratagemas y "jugadas" que hizo para escamotear la justicia y la verdad, durante toda su vida, no le servirán de nada porque la majestad de Dios no permite que sea burlado (Ga. 6:7). Las gentes pueden ser engañadas, Dios no. Un ejercicio magro de la conciencia que todos tenemos, traerá como resultado el establecimiento de una concepción clara e indubitable de lo que realmente somos y si un resultado negativo de este balance, no nos constriñe; ni siquiera lo hará la presencia física del propio iniciador y perfeccionador de nuestra fe.


Indiscutiblemente el hombre sabe, perfectamente, lo que es bueno y lo que es malo y nadie necesita decírselo porque lo sabe por naturaleza, porque Dios nos ha puesto, a todos, el elemento de la conciencia de manera que, a través de ella, el Espíritu Santo nos hace razonar y vamos a ser juzgados por dichos razonamientos (Ro. 2:15). Ni los indoctos, ni los ignorantes, ni los analfabetos, ni nadie podrá justificarse delante de Dios aduciendo que no sabía, que no le dijeron o que no se dio cuenta porque, todos, absolutamente todos somos conscientes de lo significa el bien y el mal. Tanto así que, cuando hacemos cosas buenas, tenemos un sentimiento de satisfacción y placer; y, cuando hacemos cosas malas, tenemos una sensación de angustia, de remordimiento, de desasosiego, una mezcla de sentimientos que no podemos reprimir; aunque hay quienes no sienten absolutamente nada (Ro. 1:30-32). En los dos casos, es la voz de Dios que se complace o se entristece por lo que hicimos. Algunos perseguimos, siempre, la complacencia de Dios; otros, lamentablemente, no lo hacen; antes bien, se regodean con lo malo que hacen y, si aun tienen remordimientos, los ahogan con más maldad; se "disipan" emborrachándose, drogándose, teniendo relaciones sexuales, etc., etc., etc.


Los cristianos no nos cansaremos de redargüir, por sus pecados, a los que no lo son porque es por eso que murió Cristo por nosotros, para salvar a muchos. Os ruego encarecidamente, en el nombre del Padre eterno (Isaías 9:6), que dejéis de hacer lo malo y empecéis a hacer lo bueno porque los días son malos (Ef. 5:16). ¿Se ha imaginado, alguna vez, un mundo sin maldad ni pecado? Ese es el Paraíso que todos perdimos por un hombre, Adán, y ese es el Paraíso que es puesto en nuestras manos por otro hombre: El único y bendito Soberano (1Timoteo 6:15). No dejemos pasar, nuevamente, esta grandísima oportunidad de volver a ser llamados, con propiedad: hijos de Dios; porque lo fuimos cuando éramos niños y perdimos esa condición cuando cometimos nuestro pecado original, ese pecado que nos avergonzó cuando lo cometimos, ese pecado que nunca olvidamos porque fue el primero y tuvo consecuencias que nos hicieron reflexionar. Nosotros también fuimos como Adán y Eva; es más, todos los hombre hemos sido como Adán y Eva en su pecado original y como ellos, también, fuimos arrojados del Paraíso, de la niñez en donde nos encontrábamos. No desaprovechemos esta oportunidad para volver nuevamente de donde salimos. Cualquier persona en el mundo, si quiere un consejero personal, comuníquese conmigo, inmediatamente; en el nombre del autor de la salvación (Hebreos 2:10), le mandaré a un hijo de Dios donde quiera que Ud. se encuentre. Los quiero mucho.......


Que Dios, todopoderoso, los bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro señor Jesucristo, quien vive y reina en nuestros corazones hasta el fin.......