Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

domingo, 2 de enero de 2011

Una de las tantas razones.



Hay un refrán popular que dice: ".......Las buenas palabras convencen, pero el ejemplo arrastra......." De entre todos los ámbitos, en los que se pueda decir o traer a colación este refrán, el más peliagudo es en el ámbito eclesiástico, puesto que en él, casi exclusivamente, los que pontificamos debemos ser total y absolutamente consecuentes con aquello que decimos. Ya nos lo advirtió Nuestra Redención cuando dijo de los judíos religiosos encumbrados de su tiempo: ".......Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen......." Actualmente, lamento tener que decirlo, también suceden este tipo de contradicciones en los que alguien, tratando de ser "bueno", enseña a los demás lo que realmente no practica, convirtiéndose así en hipócrita. Hay otros en cambio que, sin decir nada, están en la vanguardia del buen ejemplo y las buenas obras. 


El apóstol Pablo tenía la moral suficiente y el valor de decir: ".......Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros......." Nosotros también, como él, debemos construir, alrededor nuestro, una muralla sólida de contención moral que nos permita poder decir, sin aspavientos, lo que conviene, a quien conviene, cuando conviene, como ejemplarmente lo hacía Pablito. Pablo nunca anduvo de forma desordenada entre los cristianos y esa era una de las tantas razones por por las que podía, con moral, increpar a quien fuera y delante de todos. Decirle a alguien que nos imite (como lo hacía Pablo), lleva consigo una serie de responsabilidades que deben ser cubiertas antes de hacerlo, porque corremos el riesgo de caer en un descrédito profundo que, virtualmente, pudiera durar todo el resto de nuestra vida y nadie quiere semejante cruz.


Es muy importante que el hombre de Dios sea un ejemplo constante de buenas obras, no uno de quien casi nada bueno se pueda decir, o muy poco; sino que todo lo que de él se pueda decir, sea bueno, sobresalientemente bueno, excelente; como de alguien impoluto. Muchísimas veces son las que he escuchado (y seguramente Uds. también) a personas hablando acerca de un descalabro cometido por personas honorables. Me parece que nunca las escuché hablando, alguna vez, algo bueno de esa persona (a pesar que haya hecho muchas cosas buenas). Las escuchamos hablar de lo único malo que hizo y aunque hayan sido muchísimos los años de bien hacer, es probable que tan solo se acuerden -durante toda la vida- de lo único malo que hizo. Qué acertado es nuestro Dios cuando nos dice, en relación a esto, en Eclesiastés: ".......Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable......."


Labrarse un buen nombre en cualquier instancia, es absolutamente inapreciable; porque el buen nombre ni se compra ni se vende; es algo que se logra a fuerza de pulso en el buen hacer durante muchisisísimo tiempo; de manera que si lo queremos, hemos de empezar ya, inmediatamente. La mejor guía para lograrlo siempre será el Espíritu Santo de Dios. La buena fama de alguien no es, de ninguna manera, fortuita; el que la tiene, virtualmente, no necesita de recomendaciones ni de currículum vítae para reafirmar quién es. Dios nos lo dice acertadamente cuando afirma: "....... De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, Y la buena fama más que la plata y el oro......." De manera que si tenemos un buen nombre y una buena fama; tenemos motivo de regocijo perpetuo por una riqueza inapreciable que no se agota, salvo con el pecado.