Todas las personas, en
la historia de la humanidad, han dependido de Dios, para bien o para mal y
todas las personas, hoy, dependemos de Dios por lo mismo, querámoslo o no. No
hay ni una sola persona que no dependa de Dios. Dicho en otras palabras, nadie
ha sido, es o será independiente de Dios. Esta dependencia de Dios, entonces,
tiene dos connotaciones: Una consciente y otra inconsciente; porque existen
personas que no saben que dependen de Dios y habemos personas que sí sabemos
que dependemos de Dios. Lógicamente que, la dependencia consciente de Dios es
la que sí sabe que depende de Dios y la inconsciente es la que no sabe que
depende de Dios. Lo digo porque alguien podrá decir en su corazón “…….pero yo
ya sé esto…….” O podrá decir cualquier otra cosa, no interesa qué; y otros, en
cambio, seguirán escuchando con humildad. La contraparte es que, a sabiendas
que dependemos de Dios, hay quienes no le escuchan y si lo escuchan, no razonan
igual. ¿A qué se debe esta dicotomía de reacción entre personas que se supone
que dependemos de Dios? Si todas las personas que leen, tenemos la conciencia
que dependemos de Dios: ¿Por qué, entonces, reaccionamos de diferente manera
frente a las mismas circunstancias?: Porque tenemos diferentes sentidos de lo
que significa depender de Dios. Esto no es -en sí mismo- un pecado, pero si es
una dificultad en el camino de la unidad de la fe, pero también es una
oportunidad para ejercitar nuestra paciencia.
¿Qué debemos hacer
entonces? Agudizar nuestros sentidos. ¿Para qué? Precisamente, para sentir la
dependencia que tenemos de Dios; porque si no sentimos la dependencia que
tenemos de Dios, es como si no dependiéramos de Dios. Una cosa es saber que
dependemos de Dios y otra, muy deferente, es sentir que dependemos de Dios y
obramos en consecuencia.
Una de las mejores
formas de descubrir hasta qué punto dependemos de Dios es aquella en la que
analizamos si todas nuestras decisiones son guiadas por Él o son guiadas por lo
que a nosotros nos parece. En este punto debemos ser muy prácticos, para que en
el futuro tengamos la seguridad que, nuestra dependencia, es total y absoluta. Una de las mejores formas de hacerlo, para el
efecto de la toma de decisiones, es convirtiendo nuestra singularidad en
pluralidad y que esa pluralidad sea compartida con el propio Dios. ¿Qué va a
pasar? Simplemente que, nuestras conjeturas, tendrán un cambio radical desde el
momento que empezamos a hacerlo.
¿Por qué? Porque
frente a un problema, frente a una decisión, frente a cualquier contingencia
que tengamos delante de nosotros, en la que tengamos que tomar partido, vamos
incluir en nuestras conjeturas al propio Dios. ¿Qué quiere decir esto?
Simplemente que ya no me preguntaré, singularmente: “…….y ahora qué hago, cómo
lo hago, dónde lo hago, con quién lo hago, cuándo lo hago…….” Sino que ahora
nos preguntaremos, con Dios, pluralmente: “…….y ahora qué hacemos, cómo lo
hacemos, dónde lo hacemos, con quién lo hacemos, cuándo lo hacemos…….” ¿Qué va
a suceder? Simplemente que siempre vamos a tener la respuesta correcta porque
nuestra pluralidad es con Dios. ¿Qué quiere decir esto? Que podemos llegar a
actuar con la infalibilidad de Dios, es decir, sin equivocarnos nunca.
Esa es la manera en
que hacemos patente su Palabra en nosotros y es cuando empiezan a tener
verdadero significado sus recomendaciones como la de: “…….No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta…….” En Romanos 12:2. O: “…….Ahora, pues, ninguna condenación hay para los
que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu…….” En Romanos 8:1. O: “…….fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su
gloria, para toda paciencia y longanimidad…….” En Colosenses 1:11.
Creo que podríamos
decir, sin temor a equivocarnos, que todos los hombres de Dios, que se
mencionan en la Biblia y sin excepciones, tuvieron conciencia de su dependencia
de Dios; aunque, muchas veces, esa dependencia no fue suficiente para evitar
que cayeran en pecado cuando se olvidaron, por un instante, de dicha
dependencia.
Pero hubieron muchos
que no olvidaron su dependencia de Dios, como Jonatán cuando dijo a su escudero,
frente a sus enemigos, según 1 Samuel 14:6: “…….quizá haga algo Jehová por
nosotros…….” y venció, con su criado, a los filisteos que tenían: “…….treinta
mil carros, seis mil hombres de a caballo, y pueblo numeroso como la arena que
está a la orilla del mar…….” Según 1 Samuel 13:5. Dos personas, imbuidas por Dios,
derrotaron a semejante ejército.
David le dijo a
Goliat, en 1 Samuel 17:45: “…….mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos…….” y en seguida le
cortó la cabeza.
Abraham le dijo a su
hijo Isaac, en Génesis 22:13: “…….Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío…….” y
encontró un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos.
Jesús le dijo a
Pedro, frente a los cobradores de los impuestos, en Mateo 17:27: “…….ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que
saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero…….” y Pedro lo encontró.
Eliseo le dijo a un príncipe del rey Joram, en 2 Reyes
7:2: “…….He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello…….” y el
pueblo lo atropelló en las puertas de Samaria cuando iban a recoger el botín
del ejército de Siria que había huido.
Depender de Dios es vivir el hoy en buena relación con Él
y vivir el hoy con Él, en buena relación, es reconocer todos nuestros pecados
de nuestra vida y arrepentirnos de ellos para que sean perdonados por la sangre
de Cristo. Cuando esto sucede restablecemos nuestra comunión con Dios y así
debemos procurar permanecer hasta la segunda venida de Cristo. Hay que
perseverar hasta el fin con el amor con que Cristo nos amó. Si Cristo amó hasta
el fin, como lo dice Juan 13:1: “…….Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su
hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin…….”; nosotros
también podemos amarlo perseverando en su palabra hasta el fin también.
Los quiero mucho. El señor Dios, todopoderoso, los
bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro señor
Jesucristo, quien vive y reina en nuestros corazones hasta el fin.
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