Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

sábado, 30 de julio de 2011

".......¿Podemos sobrevivir sin pecar?.......

La respuesta es sí pero, más importante que sobrevivir sin pecar es vivir sin pecado. Vivir sin pecado es tener el alma pura y sin mácula, en otras palabras, ser hijo de Dios. Algunos piensan que ser hijo de Dios es inherente al ser humano y que los seres humanos somos, por antonomasia, hijos de Dios. Este acertijo es, hasta cierto punto, verdad. Me refiero a que, cuando nacemos, nacemos bajo la gracia de Dios y Dios nos tiene en su gracia durante toda nuestra niñez. Bien dijo Jesús: ".......Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos......." (Mateo 19:14) Los niños, por antonomasia, son hijos de Dios y dueños del reino de los cielos. Inmediatamente y razonando pensamos: ¿Cómo perdimos nuestra posesión? ¿Cómo y cuándo perdimos el cuidado de Dios? ¿Por qué dejó de ser nuestro, el reino de los cielos? Si hacemos un ejercicio retrospectivo de la última etapa de nuestra niñez, invariablemente arribaremos al momento de la ruptura, la ruptura del vínculo entre Dios y nosotros. Esta ruptura se efectúa por la comisión de nuestro primer pecado, nuestro pecado original, aquella mala acción que tuvo consecuencias indeseables y que, invariablemente, la recordamos casi toda la vida. La seguridad que cometimos nuestro primer pecado, nos la revela el Espíritu Santo y en la tal revelación, sentimos también el remordimiento por la mala acción cometida.

Cuando se rompe el vínculo que teníamos con Dios, por causa del pecado, no podemos restaurar dicho vínculo por nosotros mismos, sino que tenemos que hacer la voluntad de Dios para volver a recrearnos en él, en Cristo Jesús. ".......Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas......." (Efesios 2:10). Recordemos que el pecado hace que caigamos de la gracia de Dios y caídos de la gracia de Dios somos, simple y llanamente, unos desgraciados. Arrepintiéndonos de nuestros pecados ya estamos más cerca del perdón de los mismos. Antes del arrepentimiento debe haber un reconocimiento del pecado cometido porque, sin reconocimiento, no hay posibilidad de un arrepentimiento. Quizá, la mayoría de nosotros ha escuchado decir a alguien: ".......yo nunca he pecado.......", hasta es posible que nosotros hayamos dicho eso, alguna vez. Lo que trato de decir es que hay quienes no se involucran, de ninguna manera, con absolutamente nada que tenga visos de Dios o de su entorno; es más, no solamente niegan a Dios sino que se involucran, de manera militante, con su acérrimo enemigo, satanás. Los que nos hemos arrepentido de nuestros pecados, no solamente lo hemos hecho deportivamente, como algunos, sino que procuramos también involucrarnos, vanguardistamente, en el cometido de Dios y de su Iglesia.

Tarde o temprano descubrimos la necesidad de conducirnos sin pecado en este mundo, porque la vorágine en la que se conduce el mundo de pecado es insufrible para cualquiera que tenga un poquito de sensatez. Para deshacernos de los pecados que hemos cometido hasta hoy, es menester el reconocerlos, arrepentirnos, confesarlos, declarar que Cristo es el hijo de Dios y bautizarnos para el perdón de nuestros pecados. Son pasos sencillos, pero necesarios. Algunos no se convencen de los mismos y otros los aprueban rápidamente. El enemigo, al no querer perder un esclavo, hace lo imposible para que, ni siquiera, el pecador reconozca que ha pecado. Por otro lado, Dios también hace lo suyo redarguyéndonos, recomendándonos, hablándonos a nuestros corazones para que abandonemos, de una vez por todas, la vida de pecado y empecemos a vivir una vida de santidad. Se puede sobrevivir, sin pecar, de dos maneras: Con la carga de los pecados cometidos durante nuestra vida o sin ella. Evidentemente que vivir sin pecar y con el espíritu y el alma puros, es muchísimo mejor. Realmente que, no se puede sobrevivir sin pecar y a la vez cargar todos los pecados de nuestra vida, siempre tendremos con nosotros el desasosiego que produce llevar esa carga a cuestas hasta el día de nuestra muerte. Nunca podremos ser felices con el peso del pecado a cuestas, por más obras de bien que nos empeñemos en hacer.

Permanecer en Cristo Jesús nos impele a no pecar pero, cuando no conocemos ni los rudimentos del evangelio, el pecado se vuelve moneda común. ".......Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido......." (1 Juan 3:6). Una de las razones fundamentales por las que debemos acogernos bajo el cuidado de Dios es la conveniencia de andar libre de culpa en su presencia. Dios sabía, de antemano, que nosotros íbamos a pecar porque sujetó a todos en desobediencia para tener misericordia de nosotros y lo hizo por amor. ".......Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos......." (Romanos 11:32). Fijémonos primero que, Dios nos cuidó durante toda nuestra niñez para luego permitir al diablo tentarnos y hacernos caer. Esa era la única manera en la que nosotros podíamos establecer la diferencia entre el bien y el mal. Si no hubiéramos pecado, aun seríamos como niños y el habernos constituido como tales, por la eternidad, hubiera hecho de Dios un tirano. Junto con habernos sujetado a desobediencia, nos ha dado la salida en Cristo Jesús para que regresemos a Él  nuevamente, con la pureza de un niño, es decir, creyendo como creen los niños todas las cosas que les decimos. ".......y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos......." (Mateo 18:3).


Vivir en santidad es más fácil que vivir en pecado, de lejos. Cuando, los que vivíamos en pecado, comparamos las diferencias abismales que existen entre nuestra antigua vida y la que ahora tenemos, no podemos encontrar una sola similitud; es tan grande la diferencia que, nosotros mismos, no lo podemos creer. Tan grande es el gozo que nos embarga que, en agradecimiento por lo que Dios y Cristo hicieron por nosotros, no cejamos de manifestar, a tiempo y a destiempo, la excelsitud de su gracia. Que nos haya perdonado los execrables pecados que cometimos, nos hace deudores de su grandeza y queriendo pagar el favor recibido, vemos que una eternidad de santidad no nos bastaría. Ni qué decir de abandonarnos en la corriente de su amor y del gozo inefable de sujetarnos a su voluntad, hasta el punto de aceptar lo que, a todas luces y más para los inconversos, como si de locura se tratase. ¿Quién más "loco" que Abraham, al obedecer a Dios, tratando de matar a su único hijo? Fe es lo que tenemos que acrecentar, dentro de nosotros, y tendremos asegurada la complacencia de Dios para con nosotros. Cuando el Espíritu de Dios se posesiona de nosotros, nuestros pensamientos se concatenan, indisolublemente, con los de Dios y es, a través de nosotros, que puede llegar con meridiana claridad a quien con solicitud le busca. ".......no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios......."2 Corintios 3:5. Los quiero mucho.......

martes, 19 de julio de 2011

Conducirnos con cordura.


En la Biblia encontramos la historia de la humanidad desde el primer hombre, constituido por Dios del polvo de la tierra, Adán; hasta el primer hombre, constituido por Dios de su Espíritu Santo, Jesús. Por Adán, el pecado entró en el mundo y con él la muerte. Por Jesús, entró la santidad y con él la vida eterna. Establecida esta dicotomía, deducimos que no existen medias tintas, es decir, no hay conceptos como medio muerto o medio vivo, como no hay medio bueno o medio malo. Lo que sí es patente, es la existencia de dos planos en los cuales nos movemos a voluntad, la carne y el espíritu y los dos se oponen, queriendo uno dominar al otro y nosotros somos los dirimentes, para que prevalezca quien nosotros queremos. No hay tampoco, delante de Dios, la justificación de haber sido unas veces bueno y otras veces malo, como los que quieren buscar el "equilibrio"; pensando que, con el tal "equilibrio" podrán justificarse delante de Dios. Ya Dios los ha sentenciado diciendo que, los vomitará de su boca. Hay quienes piensan que los asuntos de Dios debieran circunscribirse dentro cánones que puedan ser aprendidos y cumplidos; pero este tipo de constitución fracasó porque el pueblo escogido de Dios, Israel, no lo pudo cumplir durante más de mil quinientos años, con la Ley mosaica, y al único que sí la cumplió, Cristo, lo mataron los mismos judíos, por eso Dios los desechó hasta hoy. Esto no es óbice para que, en el nuevo pacto, existan puntualizaciones acerca de cómo debemos conducirnos frente a contingencias de carácter "coloquial".

En primera de Timoteo, capítulo 5 y en otros numerosísimos pasajes novotestamentarios, encontramos una serie de recomendaciones hechas por el Espíritu Santo, a través de los apóstoles, a cristianos y no cristianos, como este que traemos a colación. Hemos de aclarar que, la formación del cristiano, pasa por etapas que deben ser ejercitadas hasta llegar a la perfección. Evidentemente que, una vez ejercitados en la práctica del bien, los cristianos nos hacemos duchos en la resolución de problemas, conflictos y angustias. El mismísimo Espíritu Santo que actuó con quienes nos legaron todas las buenas palabras reflexivas, exortaciones y redargüimientos, es el mismo que actúa en nosotros para efectos de que, nosostros también, lleguemos a tener las soluciones adecuadas a los conflictos que se nos pudieran presentar. Los ejemplos que vemos, en Las Escrituras, no pueden ni deben ser aplicados a pie juntillas como si fueran dogmas, porque no lo son. Son ejemplos de cómo deben ser tratados los asuntos de carácter doméstico, cuando estos coinciden con los de nuestra congregación, enhorabuena, adelante; pero si existen circunstancias diferentes que, aparentemente, no nos permiten tomar una decisión consensuada, esa es la hora de sobreedificar, solamente hemos de cuidarnos que, la misma, sea de oro y no de paja. Si se nos dice que no reprendamos al anciano sino que lo exhortemos como a padres, eso no quiere decir que, de ninguna manera no lo podemos reprender, porque si este anciano, a quien hemos exhortado una y otra vez, persiste en su pecado; hay otras instancias bíblicas que nos impelen a reprenderlo públicamente y hasta expulsarlo de la Iglesia.


Hemos de estar muy atentos a los dictados de Dios puesto que Él se expresa por medio de los corazones de los hombres y, con mayor intensidad, con el de los cristianos, y esto sin desestimar ni desmerecer los dictados de las Escrituras; Él es quien nos hace recordar los pasajes escriturales adecuados para cada situación y no nos dejará desvalidos frente a ninguna situación, por más difícil que esta parezca. La condición, sine qua non, para que exista verdadera autoridad, en nuestra corrección a cualquier miembro de la Iglesia de Cristo, es la de ser obediente al Señor, en todo. No más o menos obedientes sino total y absolutamente obedientes en todo ".......y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta......." ¿Por qué creen Uds. que se retiraron todos los que le pidieron a Jesús su intervención, en el asunto de la mujer que había sido pillada en adulterio, cuando Cristo les dijo que tiren la primera piedra? Porque les exigió diciéndoles: ".......El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella......." Jesús, quien era el único que podía arrojársela, no lo hizo; porque vio el arrepentimiento de ella y por su infinito amor, la perdonó. No solamente le perdonó su pecado sino que le perdonó la vida; puesto que, de no haber intervenido Jesús, los escribas y fariseos la hubieran matado a pedradas, a pesar de su arrepentimiento y a pesar del pecado de los que "cumplían con la Ley". Nosotros también, si Cristo no hubiera existido, estuviéramos muertos bajo la Ley, por causa de nuestros pecados, aunque nos hubiéramos arrepentido de los mismos, con lágrimas y gran pesar.


Esta es la excelencia de la gracia de Dios, que debiendo estar muertos por nuestros pecados, vivimos porque Cristo murió por nosotros para que nosotros no muramos por nuestros pecados. Cómo no poder estar agradecidos hasta el infinito por este don inmerecido que hemos recibido. Cómo no cantarle loores a nuestro Dios, cómo no alabarle, cómo no prorrumpir exclamando sus virtudes a todo el mundo, cómo no vivir una vida santa. Hay que andar con piedad en esta vida y honrar a quien también anda así. Hay que saber recompensar a nuestros padres por todo lo bueno que nos han enseñado, porque vino de Dios a través de ellos y lo recibimos por ellos, los que lo recibimos. Hay que ser diligentes en súplicas y oraciones, de día y de noche. No debemos ni podemos entregarnos a los placeres porque nos morimos en pecado condenándonos y cuidamos que nuestros semejantes tampoco incurran en tamaña desobediencia que solo acarrea dolor y muerte. Debemos ser irreprensibles, sin doblez de corazón. Debemos proveer para los nuestros porque quien no lo hace, niega la fe y es peor que un incrédulo. Si en nuestra congregación hay quienes padecen por su pobreza, a pesar de su santidad e integridad, la Iglesia de Cristo se hace deudora de la tal persona y, al no atenderla, pecadora por omisión porque: ".......y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado......." Una de las cosas más efectivas para mantener el orden, entre las congregaciones de la Iglesia de Cristo, es hacer amonestaciones públicas a los majaderos, a los que siempre salen con necedades e insensateces. ".......A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman......."

Antes que seamos avergonzados por nuestros pecados, es menester el confesarlos delante de Dios y de los hombres, porque esta humillación es recompensada por Dios con el perdón y el renacimiento a una nueva vida, libre de pecado. Cuando hay quienes no quieren arrepentirse por sus pecados y estos se hacen evidentes ante Dios y los hombres, la vergüenza es indescriptible, el bochorno es horrendo y el tiempo asfixiante. Muchos, frente a esta contingencia, se retuercen como fieras heridas y despotrican contra todo y contra todos, siendo capaces de cometer terribles atrocidades y hasta mayores que durante la vida cometieron, como si quisieran prevalecer o queriendo que todo, absolutamente todo, se trastoque para que ellos, finalmente, salgan incólumes, limpios y fragantes; relucientes y orondos. No hay tal cosa nunca, aunque aparentemente pareciera. Otros, es posible que se arrepientan, pero no quieren transformarse y después que las cosas "se calman", vuelven a cometer las mismas cosas que los habían avergonzado, cumpliéndose con esto lo de: ".......Como perro que vuelve a su vómito, Así es el necio que repite su necedad......." y ".......Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno......." No esperemos ser avergonzados para recién proceder al arrepentimiento, como la adúltera prendida por los escribas y fariseos, no. Es mejor que reflexionemos ahora, en este mismo momento, acerca de nuestros pasos, de nuestros caminos, de nuestros gustos, de nuestras miradas, de nuestras palabras, de nuestras actitudes y de todo aquello que perjudique nuestra relación con Dios, y que nos arrepintamos de todos nuestros pecados, y que recibamos el perdón de nuestros pecados, y que andemos una vida santa hasta el día de nuestra muerte. Los quiero mucho.......

sábado, 9 de julio de 2011

El Espíritu sobre el espíritu.

La promesa de la plenitud del Espíritu Santo en Jesús, fue una que que le aconteció desde el mismo momento de estar en el vientre de su madre, María (Lucas 1:14-16). Tal excelsitud no tiene parangón en la historia de la humanidad y nos sumerge en las profundidades de la sabiduría de Dios, en donde nos podemos recrear a nuestras anchas, imaginando, presuponiendo y especulando acerca de la insondabilidad del tal acertijo. Este cuidado escrupuloso de Dios, para con su creación, nos habla de la magnanimidad de su amor, su solicitud y entrega. Siendo así y recapacitando acerca del beneficio que se nos otorga, no podemos menos que anonadarnos frente a esta realidad y, sacudido nuestro aturdimiento, consecutar nuestras acciones con la finalidad de prepararnos para recibir el Espíritu Santo de Dios en nosotros, a la manera de Cristo, como cuando anduvo entre los mortales. Aunque el Espíritu Santo de Dios se manifiesta a todo hombre para instruirlo acerca del bien y del mal, esta presencia, en el hombre, se traslapa con la del maligno y es el hombre, quien finalmente escoge, quién prevalecerá en su vida. Esto también nos habla del amor de Dios porque nos permite escoger entre el bien y el mal para que nos hagamos enteramente responsables de lo que hacemos o no hacemos, por angas o por mangas.

El Espíritu Santo no tiene la obligación de estar con nosotros, Él, de su propia voluntad, nos asiste en cada uno de los pasos de nuestra vida y somos nosotros quienes lo escuchamos o no. Otra cosa muy diferente es la morada del Espíritu Santo en nosotros, porque para que more en nosotros, es necesario el invitarle mostrando nuestro anhelo que viva con nosotros, dentro de nosotros como parte de nuestra integridad, de nuestra personalidad, de nuestra vida toda. (Hch. 8:17-19 Persuadido que la morada del Espíritu Santo era concedida por los apóstoles en el primer siglo, Simón, un mago de aquella época, al ver que los apóstoles impartían el Espíritu Santo. les ofreció dinero para que se les impusiese las manos y así obtenerlo para a su vez repartirlo entre los que él quisiera. Fue reprendido duramente por esta osadía y de entre las cosas que le acusaron, estaba la de no ser recto delante de Dios, en hiel de amargura y prisión de maldad. Escuchando también el destino al que se le mandaba (".......tu dinero perezca contigo.......) se persuadió de inmediato de lo terrible de su pecado y rogó para que se le persuadiera al Señor para que no le sucediese nada de lo que los apóstoles profetizaron. La pureza de corazón y la limpieza del espíritu, son condiciones necesarias para que el Espíritu Santo de Dios nos asista.

Cuando el amor de Dios es derramado sobre nosotros, su demostración es pasa a ser parte de nuestra naturaleza, tanto así que propios y extraños se admiran de la administración que le damos (al amor) sin medida y abundantemente, tal y conforme lo recibimos, porque la fuente que lo mana es inagotable. Nos adaptamos a las tribulaciones, crecemos en paciencia, no eludimos las pruebas, crecemos en esperanza; el mundo que se nos abre es inconmensurable. Cuando nos volvemos uno con Dios, adoptamos, por naturaleza, sus cualidades y aunque al principio de nuestro periplo trastabillamos y muchas veces caemos; poco a poco y conforme experimentamos, nos vamos (Ro. 5:1-11) convirtiendo en verdaderos instrumentos de su voluntad y asumimos nuestro reto con coraje y gallardía, como lo que somos: soldados de Dios. Todas las sombras de maldad desaparecen, todas las dudas se diluyen, la confianza en nuestro pecho se inflama y nada nos da temor. Nuestras desgracias no las evocamos o son como aguas que pasaron. El pecado nos constriñe y entristece deplorando su comisión. La compasión por los demás se acrecienta y nos vemos en la imperiosa necesidad de comunicar el amor de Dios para que todos se beneficien. Somos glorificados en su vida, es decir, cuando vivimos su vida porque para eso murió Cristo por nosotros.

El Espíritu Santo de Dios es celoso y nosotros con Él; de modo que velamos por la Iglesia de Cristo para que el pecado no prevalezca en ninguna instancia y si pretendiera hacerlo, lo (1 Co. 5) confrontamos con decisión; porque no podemos permitir lo que Dios no permite y si alguien de entre nosotros se propasa en su mala conducta y persiste en regodearse con nosotros insuflado por su pecado; es menester encararlo para que no prevalezca. Bueno fuera que se arrepintiera y regresara a sus buenos modales porque en ello le va la vida. Hay veces en las que el pecador consuetudinario esgrime tal desparpajo, siendo cristiano, que anda entre nosotros como si tuviera patente de corso y exhibe su pecado con desfachatez, altanería y orgullo mal hadado. A los tales es necesario denunciarlos y no permitir su prevalencia. Ojalá que por la justicia de nuestro trato proceda al arrepentimiento. Mal hacemos en tratar flagrantes pecados con paños tibios. Al que persiste en robar, mentir, adulterar, sodomizar, etc. y sigue entre nosotros como si nada fuera; todos tenemos que señalarlos como ladrones, mentirosos, adúlteros, maricones o cualquier otra adjetivación que les corresponda, porque se lo merecen. ¿No pasaba esto entre los Corintios y no fueron impelidos por Pablito para actuar? Para el bien de la Iglesia fue.

La importancia y confirmación del buen uso del Espíritu de Dios en nosotros, radica en la (2 Co. 12) armonización de nuestros pensamientos, deseos, actitudes y decisiones. Nadie puede pensar las cosas de Dios y de su Espíritu de manera independiente, osea que, aunque estemos meditando solos, nuestras meditaciones siempre deben conformarse al pensamiento de Dios y su Iglesia. Identifiquemos a quienes nos presiden con la armonía de Dios y toquemos con ellos el concierto de la Iglesia; a aquellos que desentonan, corrijámoslos para que finalmente armonicen y no desentonen. Si no tienen la habilidad para concertar con la Iglesia, tenemos que prescindir de ellos, porque sino, la Iglesia se descalabra. Proceder con el mismo Espíritu de Dios, nos da la seguridad de armonizar con quienes ni siquiera conocemos; si el Espíritu es el mismo, las obras también. Lloramos con quienes sufren, nos alegramos con quienes tienen motivos, nos indignamos por el pecado y consolamos a quienes se arrepienten. Si hay que expulsar a alguien por la dureza de su corazón, hay que hacerlo con la misma pasión con la que recibimos al que recién se ha convertido. Somos uno en Cristo y la comprensión de esta premisa debe ser un ejercicio continuo e ineludible de toda la Iglesia en su conjunto. Las gratificaciones que nos esperan son grandes.

miércoles, 6 de julio de 2011