Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

martes, 14 de diciembre de 2010

Debe ser alegre.




Debe ser alegre.

“…….presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad…….” Tito 2:7. El apóstol Pablo nos recomienda una serie de conductas para desarrollar seguridad en la consecución buena de nuestro cometido como cristianos. Quiérase o no, los cristianos tenemos una nube de testigos que nos observan;  unas veces con admiración, otras con envidia y otras con indiferencia; quizá esperando que tastabillemos para burlarse de nosotros. De las recomendaciones de Pablo a Tito, he rescatado esta que dice, en su primera parte, que nos presentemos como ejemplo de buenas obras. Cuando se nos dice que seamos ejemplo de buenas obras, es evidente que las malas obras salen sobrando porque ellas no deben ser parte del bagaje del cristiano. Hacer buenas obras, en nosotros, debe excluir las malas hasta el punto de desaparecerlas.
Luego, Pablo,  aborda la consideración de ser ejemplo en la enseñanza y en este punto nada puede ser dejado al azar porque, cuando enseñamos, lo estamos haciendo dentro de los cánones de lo que hemos aprendido, básicamente, de las escrituras y de nuestra experiencia en el devenir de nuestro cristianismo. Virtualmente, todas las cosas que hemos experimentado, incluyendo cosas que no son buenas, nos han de servir cuando hemos sacado de ellas la esencia buena de la enseñanza. Por sobre todas las cosas debe primar el paradigma del Profeta, por excelencia, porque es en Él que nos recreamos dentro de la verdad y haciendo lo que Él hizo. Mal haríamos en no practicar aquello que enseñamos, seríamos como los fariseos a quienes El verdadero increpó diciéndoles “hipócritas”.
La evidencia de integridad en nuestras vidas debe ser patente y no como “una lámpara debajo del almud”. Nunca debemos callar frente a la injusticia ni nadie puede exigirnos doblés de corazón frente a ninguna circunstancia. “La ignorancia es atrevida”, reza el refrán, y está tan generalizada la desvergüenza que la gran mayoría, que actúa mal, presupone que el total del mundo lo hace con desparpajo, hasta el punto que sienten perplejidad frente a quienes mantenemos nuestra integridad a toda costa, a pesar de nuestros yerros. Muchas veces, por cosas nimias, la integridad del cristiano se pone en tela de juicio y cuando esto es así, más son las voces de los detractores que las de los que pudiesen alabar nuestra buena conducta. Debemos cuidarnos más de no hacer el mal que de hacer el bien o, en todo caso, que nuestra bondad fluya de manera espontánea y natural.
Seriedad, en asuntos espirituales, no es sinónimo de “cara de palo”. El cristiano debe ser alegre siempre y su seriedad debe radicar en sus conceptos doctrinales y su modo de vida. Seriedad y alegría no son antagónicas, sin embargo, su desarrollo tiene su plan de acción o su momento y lugar de expresión. No es posible que nos carcajeemos mientras estamos dando una conferencia de prensa ni que estemos “serios” en un matrimonio. La seriedad a la que alude Pablito es la de alguien que se conduce con integridad de manera constante y no tiene desequilibrios en su modo de actuar. Hemos de recordar siempre que tenemos la asistencia del Espíritu Santo de Dios, quien nos asegura, realmente, que hemos hecho, que estamos haciendo y que haremos cosas buenas y que dejaremos de hacer cosas malas. Ese ejercicio es la recreación de Dios en nosotros.