Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

domingo, 31 de octubre de 2010

“........caían sobre él.......”


Nuestro señor Jesucristo fue un ser excepcional, a no dudarlo; un ser humano fuera de serie porque en él se albergaban todas las virtudes de Dios y es por eso que se le llama, por antonomasia, el Hijo de Dios. Cuando decimos Hijo de Dios, todos sabemos que nos estamos refiriendo a él y a ningún otro; sin embargo, nosotros, los cristianos, también somos hijos de Dios, con la salvedad que nosotros, a diferencia de él, sí pecamos. Esta es la salvedad que hace la gran diferencia entre nosotros y él; pero también la causa de nuestra admiración, respeto y devoción hacia Dios porque, estando inmersos en nuestros pecados, no escatimó en perdonarnos, cuando nos arrepentimos, para después constituirnos en sus hijos también.  Las implicaciones de ser hijo de Dios son diversas y todas buenas; de entre ellas destaca, en principio, ser depositarios de su gracia haciéndonos salvos de la condenación que se cierne sobre los que han pecado, pecan y seguirán pecando, hasta el momento de su retorno.
Todas las cosas que hizo nuestro señor Jesucristo no fueron escritas para la posteridad, sino tan sólo aquellas necesarias para brindarnos una cabal historia que fuera irrefutable acerca de lo que debe significar ser el Hijo de Dios. Nuestro señor Jesucristo anduvo por este mundo con la autoridad propia de los hijos de Dios pero él, con la de ser el primogénito. Todos los habitantes del mundo, que hasta hoy han sido, fuimos sujetos al pecado porque Dios, de esta manera, podía tener misericordia de nosotros. En este punto debemos aclarar que nosotros somos ángeles caídos que se plegaron a satanás en su rebelión celestial y fuimos arrojados a la tierra para tener una segunda oportunidad de reconciliarnos con Dios; pero nuestro señor Jesucristo siempre estuvo con Dios y era Dios, antes de ser Jesús. Siendo Jesús fue un ser humano como todos nosotros, pero sin pecado. Dejó de ser Dios en la Tierra.
A pesar de haberse despojado de su investidura de Dios, hizo numerosísimos milagros delante de la gente y todos no son mencionados en la Escrituras. Los milagros que hacía nuestro Señor, evidentemente, causaron admiración y respeto, tanto así que llegó un momento en el que, virtualmente, no podía moverse con libertad entre las personas y la gente (lo relatan las Escrituras) “…….caían sobre él…….”. Todos los milagros que hizo nuestro Señor pueden ser hechos por los hijos de Dios en la medida que asumamos, con fe, dicha categoría. Dios nos dice, por medio de Cristo, cómo quiere Él que nosotros seamos en nuestra vida terrenal y el cometido mayor del cristianismo es la de convertir a las personas en sus hijos, aunque es Dios quien, en última instancia, lo hace. Jesús recuperó la investidura de Dios al ascender a los cielos y nosotros nos conformaremos a Él en el arrebato.
Tanto quería, Jesús, dar gloria a nuestro Padre celestial, que reprendía mucho a sus benefactores para que estos no lo descubrieran y de este modo poder alcanzar a muchos antes de ser detenido por sus detractores. Los detractores de Jesús son los mismos ahora, como lo eran en aquel entonces y si nosotros somos fieles representantes de Dios, como él, no dudemos que a nosotros también nos querrán matar y nos matarán en la medida que nos hagamos evidentes por nuestra santidad que los denuncia escandalosamente. Jesucristo, con su poder, bien pudo conquistar el mundo y ponerlo a sus pies, como se lo propuso satanás; pero él no aceptó esa proposición porque esa no era su misión. La misión de Cristo era más profunda y sublime; la de entregarse a sí mismo en propiciación de nuestros pecados. Cristo murió en lugar de nosotros puesto que la comisión de nuestros pecados, solamente merece nuestra muerte más al arrepentirnos de los mismos, hacemos uso su sangre para salvación.