Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

martes, 14 de septiembre de 2010

“.......puso su silla sobre todos los príncipes.......”


La preeminencia y el engrandecimiento mundanos son efímeros, siempre duran cada vez menos y muy pocos lo usan para servir a los demás, antes de servirse, ellos mismos, de aquello.
Son, relativamente pocos, los lugares de preeminencia de la cultura mundial actual; pero si repasamos, mentalmente, dichos lugares, veremos que, quienes pasan por ellos, virtualmente no dejan huella y si la dejan, casi siempre lo hacen por lo mal que lo hicieron, antes que por lo bien.
El que por razones de su integridad actúa en consecuencia de ella, lo llamamos héroe porque, debiendo ser natural, en nosostros, ser íntegro; resulta ser la excepción y no la regla.
Ya de antiguo, las pasiones de los hombres los han llevado, la mayor de las veces, a su destrucción, como se describe, entre otros, en el libro de Ester; las intrigas, el odio y la soberbia de Amán lo llevaron a la horca después de haber sido puesto en preeminencia en Ester 3:1 “.......Después de estas cosas el rey Asuero engrandeció a Amán hijo de Hamedata agagueo, y lo honró, y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él.......”.
La predestinación de Dios para con los hombres es que estos, por voluntad propia, accedan a una vida correcta, en todo el sentido de la palabra; una vida en donde no exista nada por lo cual otros pudieran reprocharnos. Nuestra predestinación es que seamos seres impolutos, pero la realidad es otra. El hombre no acepta esa invitación de Dios y lo desprecia, abiertamente, cometiendo toda una serie de exabruptos que finalmente lo llevan a su destrucción.
La única y mejor manera de hacer una sociedad mundial libre y justa es aceptando y practicando la ética cristiana de manera cabal; lo demás es puro cuento, harina de otro costal. Cuántas veces tiene el hombre que escuchar las reiteradas llamadas de Dios a su conciencia; porque todos sabemos, por medio de la conciencia, lo que es bueno y lo que es malo. Nadie puede justificarse diciendo que no lo sabía porque nadie se lo dijo. Todos los hombres, sin excepción, tenemos una conciencia que nos dice que no hay que robar, que no hay que mentir, que no hay que matar, que no hay que fornicar, que no hay que adulterar, que hay que ser humildes, que hay que perdonar, que debemos ser diligentes y un largo, muy largo, etcétera que no podremos eludir a la hora del juicio.
Porque va a haber un juicio y seremos juzgados por causa de nuestros razonamientos y ellos nos eximirán o nos condenarán. La ley de Dios está escrita en nuestros corazones y a ella apelará Dios a la hora de nuestro juicio, pues en ella están grabadas sus consignas y en nuestro espíritu dará cuenta de sus actos.