Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

martes, 11 de mayo de 2010

El poder de los adversarios.


Cuando el antiguo pueblo judío regresó de Persia, por orden del rey Ciro, para reedificar el templo de Jehová; los enemigos de Judá y Benjamín vinieron encubiertamente y con lisonjas para ofrecerse como voluntarios para que, conjuntamente con los judíos, reedificasen el templo de Jehová y dijeron, entre otras cosas, que ellos también buscaban al mismo Dios y que hacían sacrificios a su nombre desde tiempos atrás.
Sin embargo Zorobabel, Jesúa y los jefes de las casas paternas de Israel, no se dejaron persuadir y se negaron a recibir esa “ayuda”, con lo cual causaron malestar entre sus enemigos y estos los comenzaron a intimidar para que no siguiera la reedificación del templo. Después de varias tentativas y durante los reinados de Ciro, Darío, Asuero y Atarjerjes, finalmente convencieron a este último para que detuviese la reedificación y así lograron sus propósitos.
Las reflexiones a las que nos lleva la lectura de la Palabra de Dios son disímiles en tanto y en cuanto que, el individuo que procede a dicho ejercicio, tenga mayor o menor voluntad de descubrir la enseñanza que encierra y mantenga una relación con Dios que tenga la tendencia de acrecentarse hasta el punto de querer unificar el pensamiento con Él en desmedro de las preconsideraciones humanas de los conceptos que atañen a la vida en su conjunto. Dios es la fuente inagotable de bienestar y en la historia de la humanidad, que en sus escrituras nos recrea, establece la manera en la que se relaciona con nosotros por la experiencia de los que fueron, sin desmedro de las experiencias teístas de los extrabíblicos. Otra cosa es, también, el deseo de Dios de revelarnos, a su tiempo, lo que en su buena voluntad atesora en los vericuetos de su sapiencia. Los adversarios pueden detenernos, temporalmente. Si estamos en Cristo saldremos airosos de las adversidades y en él, con él y para él, venceremos.
Muchas son las razones por las que el enemigo pretende, en todo momento, desestabilizarnos para que caigamos y lo logrará, en tanto y en cuanto nos hallemos desprevenidos, es decir, desatentos a nuestra relación con Dios. Eso sucede cuando los lazos que establecemos con Dios no son indisolubles sino, más bien, endebles, circunstanciales, antojadizos. Cuando nuestra memoria es la memoria de Dios, nos acordamos automáticamente de nuestro cometido en su presencia y hacemos uso de las múltiples herramientas con las que nos ha dotado, a través de las escrituras, para defendernos del enemigo. Los judíos, que reconstruían el templo, hicieron uso del conocimiento que en Jehová tenían y rechazaron la ayuda para hacer lo que, ellos consideraban (y así era), era su responsabilidad. Una pregunta válida sería ¿cómo? Y una respuesta adecuada sería, entre otras, por el estudio y el compromiso.
Sin el ánimo de alegorizar el contexto del pasaje que nos atañe, nosotros también necesitamos construir o reconstruir, según sea el caso, nuestra relación con Dios y en ese ejercicio, los que no son de Él salen sobrando. Sin embargo, también hay que considerar que, algunas veces, los que estudiamos y nos comprometemos, lamentablemente, también caemos, ¡qué horror!, y muchas veces por enarbolar, vanamente, un sentimiento de superioridad, de aplomo y/o firmeza. Ahí mismo está la Palabra que nos dice, entre muchas otras cosas:
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”.
1 Corintios 10:12. La mayoría de los cristianos conocemos este pasaje y lo sabemos porque lo hemos estudiado pero, como muchos, a veces, no nos comprometemos con lo que aprendemos y sin compromiso, nuestro ejercicio de construir o reconstruir nuestra relación con Dios, se pierde.
Los judíos que reconstruyeron el templo, lo hicieron con la espada en una de sus manos y la analogía que podemos establecer, sin que caiga en alegoría, es nuestro compromiso de blandir la espada de la Palabra. Es nuestro compromiso, nuestro cometido, la seguridad de que no caeremos jamás. Ese es nuestro glorioso destino en esta vida, también, el que llegue el momento en que no caigamos jamás. Estamos predestinados a eso y debemos cumplir en nosotros la aseveración del apóstol Pedro cuando nos dice: “…….Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás…….” 2 Pedro 1:10